19/12/07

Arquitexturas urbanas (IV)

Arrastro el equipaje recién levantado de la cinta recoge maletas del aeropuerto de Ginebra. Antes de abrirse las puertas que me expulsan del aeródromo leo: Bienvenue a la ville de Genève. Metros más adelante leo: prohibido viajar en tren sin billete, prohibido poner anuncios, prohibido fumar, prohibido estacionar en esta sección. Cuando llego a la Place des Augustines leo: prohibido llevarse el periódico sin pagar, prohibido entrar con animales, prohibido usar el teléfono, prohibido tirar basura después de las diecinueve horas, prohibido entrar con alimentos, prohibido salir sin consumir, prohibido el alcohol a menores de edad, prohibido el uso de drogas en este establecimiento. Entro prohibitivamente a mi edificio y leo: prohibido usar el ascensor más de cuatro personas, prohibido hacer ruido después de las veintidós horas, prohibido estacionar las bicicletas en la entrada, prohibida la publicidad, prohibido equivocarse tres veces a la hora de insertar el código de acceso al edificio, prohibido decir a nadie el mismo. Me dirijo a la Bibliothéque de Genève y leo: prohibido tomar fotos, prohibido poner música, prohibido hablar, prohibido dejar los libros en las estanterías, prohibido el uso del fuego, prohibido llevar a casa ningún bien material, prohibido lo prohibido, prohibido, prohibido, prohibido…


[fragmento del texto Arquitexturas urbanas publicado en la revista digital Narrativas volumen 8, México]

18/12/07

Arquitexturas urbanas (III)

Dobló el papelito hasta ocho veces y después lo dejó junto al bolígrafo y el resto de papelitos doblados sobre la mesa redonda de caoba. Arrastró la silla hacia atrás cediendo en el punto que mayor ruido hizo el asiento. Esta vez salió de la cocina sin abrir el refrigerador. Cruzó el enorme pasillo que le arrastró una treintena de pasos hasta la puerta. Tomó el bastón y la gabardina azul. Pensó si mejor ir a pie, por la escalera o en el ascensor, total, eran exactamente dieciséis escalones los que tenía que bajar. Al llegar al zaguán atestiguó que no hubiera publicidad en su buzón. Abrió la puerta principal y miró, como cada día, a la izquierda y a la derecha, sacó la llave de la puerta y antes de comenzar la marcha escuchó desde la acera de enfrente una voz altisonante:
-¡Don Bernardo! ¡don Bernardo! ¡Espéreme un momento!
Don Bernardo esperó el momento.
-Buenas tardes don Bernardo. Qué bien que nos vemos porque hace días que quería comentarle sobre el alquiler del piso, pues eso, que… es que no sé cómo decirle…, bueno, que mi hija Julia.
La señora de voz altisonante bajó el volumen.
-Es que lo que le voy a contar es un secretito, acérquese –y don Bernardo con los ojos bien abiertos se acercó-. A mi Julita, el doctor Céspedes le pronosticó cáncer de útero, es decir, ella tiene que ir al hospital la próxima semana y pues… Queremos mantener el alquiler del piso pero… Pensamos mi marido y yo que tal vez usted pueda bajar un poquito la mensualidad.
-Déjeme pensarlo –contestó don Bernardo, como de costumbre parco en palabras-, mañana o pasado le aviso.
La señora de voz altisonante agradeció la preocupación de don Bernardo y regresó a la acera de enfrente mientras el señor volvió a meter la llave en el puerta principal, recorrió los dieciséis escalones que le llevaron hasta la entrada de su piso, cruzó nuevamente el enorme pasillo que le llevaría a la cocina y esta vez tampoco abrió el refrigerador. Acercó la silla a la mesa, se sentó, tomó un papelito en blanco y escribió: “Julia tiene cáncer de útero”. Dobló el papelito hasta ocho veces y después lo dejó junto al bolígrafo y el resto de papelitos doblados sobre la mesa redonda de caoba. Al final de la noche, don Bernardo guardaría los papelitos doblados sobre la mesa redonda de caoba junto a miles de papelitos doblados que ponía a salvo en diferentes cajas repartidas por todo el piso, según don Bernardo, su memoria ya no tenía la capacidad de almacenar todos los secretos que le habían contado.


[fragmento del texto Arquitexturas urbanas publicado en la revista digital Narrativas volumen 8, México]

6/12/07

Arquitexturas urbanas (II)


Una mano pulsa el botón del ascensor en el primer piso, la otra tira el cigarrillo. El ascensor baja del noveno piso. Una llave acciona la trampa mecánica que cierra la puerta, después se oye unos pasos que se dirigen al ascensor, frente a los botones, el vecino mira la trayectoria del elevador, aún faltan dos números para que llegue. En el piso cero la vecina mira de soslayo el cigarro que acaba de tirar y piensa que podía haberle apurado unas caladitas mientras espera, mete la mano en el bolsillo y recuerda que olvidó unas llaves en el coche. El ascensor para en el quinto piso. El vecino entra apurado y el elevador reanuda su bajada mientras recuerda el hombre que olvidó los papeles. Desesperada, la vecina llega al coche y abre la puerta. El ascensor llega al piso cero. Intranquilo, el vecino abre y cierra la puerta del ascensor para subir nuevamente. La vecina acciona la trampa metálica que cierra la puerta del coche, piensa que mejoraría su autoestima si no olvidara con tanta frecuencia y recorre el camino de vuelta al ascensor. El ascensor para en el quinto piso. Tras los pasos una llave acciona la trampa mecánica que abre la puerta. La mano pulsa el botón del ascensor que le hace descender desde el quinto piso. El vecino mira de reojo los papeles y piensa que mejoraría su autoestima si no olvidara con tanta frecuencia. Aún quedan dos números para que el elevador llegue al piso cero. La vecina aprieta las llaves con la mano antes de abrir la puerta del elevador, la abre y entra. El ascensor se eleva. El vecino espera frente a la puerta del elevador que se para frente a él. La vecina sale, se encuentra con el vecino y con una sonrisa le dice:
-Hola ¿Luis o Esteban?, no sabía que también tenías consulta.
-Así es, cambiaron Alzheimer a… los jueves, creo.


[fragmento del texto Arquitexturas urbanas publicado en la revista digital Narrativas volumen 8, México]


3/12/07

Fernando Iwasaki visita Ginebra

La Fundación Abanico y la librería Albatros han adoptado la hermosa costumbre de traer a Ginebra a escritores cuya trayectoria se ha visto inmortalizada a través de sus escritos en grandes editoriales. Este fin de semana tuve la oportunidad de hacerle una entrevista al peruano Fernando Iwasaki. En estos días trabajo en la puesta a punto de la entrevista que se produjo durante la tarde del viernes pasado en el Hotel St. Gervais y prometo publicar en el blog la opinión más reciente del autor sobre temas tan diversos como el periodismo y la literatura, el desembarco de autores latinoamericanos en Europa o el reconocimiento de los diferentes géneros literarios como uno sólo.
Iwasaki es autor de una veintena de títulos que pasan del ensayo al microrelato en editoriales como RBA, Alfaguara o Páginas de espuma. Es Premio Copé de Narrativa (Lima, 1998); Conference on Latin American History Grant Award (New York, 1996); Premio Fundación del Fútbol Profesional (Madrid, 1994) y Premio de Ensayo Alberto Ulloa (Lima, 1987). Ha sido colaborador de Diario de Sevilla (1999-2000), La Razón (1998-2000), El País (1997-1998), Diario 16 (1991-1996), Expreso (1986-1989) y La Prensa (1983-1984).