17/3/09

Azar (frag. novela)


Por la mente de Ismail cruzó la posibilidad de decirle a Moshe que había sido afortunado. No le inspiró la suficiente confianza. Apenas llevaba tres semanas de contrato desde que Moshe se fijó en él un día que lo encontró solicitando trabajo a la entrada de la Puerta de Damasco, al norte de la Ciudad Vieja. Cargaba el pick up con la incertidumbre instalada en su mente. Le era harto complicado hallar algún israelí que le ayudara a cobrar el premio millonario, tan engorroso como desmontar una catedral pieza por pieza. Pertenecía a la segunda generación de una familia enraizada en Palestina desde la llegada de sus padres, originarios de Petra, Jordania. “No le tengo tal confianza a ningún israelí”, murmuró. La ineptitud del momento daba saltos en el interior de su cabeza como queriendo encontrar una salida. Sus manos respondían temblorosas al trabajo de carga. Moshe se percató de que Ismail no era el mismo de otros días. Lo notó perdido, nervioso.

-Ismail, ven un momento.

Caminaron a una distancia donde nadie les pudiera escuchar.

-¿Por qué estás tan serio? ¿Tienes problemas en tu casa?
-Eh…, sí.
-¿Qué problemas tienes? ¿Dinero?
-Sí, dinero. No sé cómo explicarte. Un primo que vive con nosotros se ganó un premio de la lotería israelí y no sabe cómo cobrarlo.
-¿Cuánto ganó?
-Dice que un millón de shekels.
-¿Un millón? No está mal. Hay una posibilidad entre trece millones para ganarse la lotería, debería estar contento. ¿Por qué te preocupas tanto por él? Debe conocer a alguien que por una comisión le cobre su premio, ¿no?
-No creo. Él trabajó la semana pasada en un moshav cerca de Haifa. Fue su primer trabajo en Israel. Estuvo unos días. No conoce bien a nadie.
-Si habla hebreo tal vez puedo comunicarme con él. Si llegamos a un acuerdo podría cobrar parte de ese premio. Mejor eso que nada, ¿no?
-Gracias, Moshe. Sí, habla un poco de hebreo. Le voy a decir llegando a casa.
-¿Tiene teléfono?
-No. Hay una vecina que nos presta el suyo.
-Si está de acuerdo en negociar, mañana me das el número y una hora para llamarle, ¿te parece?
-Muy bien, Moshe. Gracias. Esta noche, llegando, le aviso de tu propuesta.
-Anda, ve a cargar las cajas que faltan. Cuando acaben se suben atrás el tailandés y tú. Vamos a dejar esas cajas en el mercado.

Ismail mintió a medias. Según se sabe es la peor de las mentiras. Le daba vueltas a la cabeza con todas las posibilidades que se abrían en ese momento. Tomaba una caja, la subía a la altura de la cintura y de un golpe la descargaba en la camioneta. Regresaba pensativo a la pila. Tomaba otra mientras cavilaba qué hacer. Ahora tendría que negociar con varios frentes para intentar cobrar. En el momento que Moshe se diera cuenta de que no era un premio de un millón sino de doce millones y medio podría pasar cualquier cosa. Lo peor sería recibir una denuncia de su jefe ante la policía. Sin mayor abrojo podría alegar que su empleado le robó el comprobante del premio. Se cree evidente que nadie jugaría a una lotería que jamás pudiese cobrar. Para subsanar ese detalle deliberó que lo mejor sería no sacar de Palestina a su imaginario primo millonario, a ser posible, conseguir una voz convincente del otro lado del teléfono. Ismail tendría que dar con un personaje astuto, conocedor de la legalidad y de extrema confianza. En la baraja de candidatos pocos podían cubrir tal exigencia. Su familia derrocharía un entusiasmo exacerbado, al filo del suicidio delator. Estaba convencido de que no había espíritu más desprendido que el de una familia pobre a la que de pronto le favorece la fortuna. En todo caso siempre quedaba su madre, aunque revelarle el secreto flotaba sobre su cabeza. Sobre todo porque desde niño se había identificado con la supresión de toda identidad cuando le tocó vivir las concesiones de su madre ante los reproches paternos. Sus amigos representarían un eslabón de confianza distante, al extremo de contar con posibilidades de fraude. Nimios flecos faltarían para confirmar lo que su mente decidiría pasados unos minutos: él mismo tendría que pasar como el primo millonario. Partiría con varias ventajas, y es que su jefe jamás ha escuchado su capacidad ventrílocua. Confiaba gradualmente en mantener el anonimato a través del teléfono. Otro asunto sería propalar a Moshe los doce millones y medio. En el papel de primo argumentaría que no quiso hacer público el total del premio para no ganarse el recelo de su familia. Trataría de compinchar el espíritu insaciable de su empleador sin que sospechara del engaño a medias.