3/3/08

Propriété intellectuelle

A las puertas del Registro de la Propiedad Intelectual.
-Don Filisteo, ¡qué gusto volver a verle!
-Gracias, Porfirio, gracias
-Cuénteme, cómo le fue, se le ve un poco cansado, le creció la barba…
-Ni me recuerde Porfirio, ni me recuerde.
-Confíeme don Filisteo, nuestra amistad es grande, ya sabe, yo le protejo y usted me protege, ¿recuerda? Cuénteme.
-Se cavó
-Cómo
-Que se cavó
- Qué se ha acabado
-El mundo
-¿El mundo?
-Sí, mi mundo
-A ver hombre, venga tantito, siéntese aquí –postrados en un banco-. Don Filisteo, usted es una persona respetada, querida, admirada… Qué quiere decirme con que se acabó su mundo.
-No hombre, no. No es mi mundo el que se acabó, entiéndame. Es que de mi canción “El mundo se va acabar” ya sólo me quedan los derechos por “se cavó”.
-¿Eh?
-Todo empezó porque hice una denuncia pública a un grupo de son por no darme los respectivos créditos. ¿Comprende?
-Ajá, ¿Le faltaba un número de cuenta o…?
-¡Qué número de cuenta ni que ocho cuartos! ¿Que no sabe lo que representa tener los derechos de autor sobre una obra?
-Sí, hombre, sí. Déjeme entender que es algo así como que yo registro una obra ante un organismo oficial y entre ese organismo y yo existe un complot, ¿no? Donde por “ley” si a alguien se le ocurre copiar la obra debe… pagar una lanita o por lo menos rezar el padrenuestro cambiando Amén por el nombre del autor... ¿no es así?
-Le cuento: Un grupo de son copió mi frase “El mundo se va a acabar” en uno de sus sones. El lunes siguiente vine al Registro e intenté poner la denuncia correspondiente, el funcionario me dijo que dos horas antes había llegado un joven para registrar la frase a su nombre. Como comprenderás, salí furioso del Registro y me encaminé hacia la papelería que está debajo de mi casa a comprar unos formularios para registrar “Un mundo se va a acabar”. Por aquello de los horarios institucionales y las enormes distancias de la ciudad fue hasta el día siguiente que pude regresar a registrar mi nueva obra maestra. Al pie de la ventanilla el funcionario me dijo que otro joven había registrado la misma frase una hora antes. Imagínese con qué cara regresé a la papelería.
-Me imagino, don Filisteo, me lo imagino perfectamente.
-El miércoles suena mi despertador a las 4 de la mañana y sin desayunar encaminé hacia el Registro. Cuando llego, la fila para entrar le da la vuelta al edificio. Por pericia profesional comienzo a preguntar a la gente que esperaba para registrar su obra que a qué departamento iban. Todos me respondieron que a Propiedad Intelectual. Mañoso yo decidí preguntarles a cada uno que me ayudaran a rellenar los formularios y así podría yo indagar lo que registraban.
-Qué acción tan inteligente don Filisteo.
-Al primero que le pregunté me dijo que iba a registrar “Qué mundo se va a acabar”, el segundo registraba “Segismundo se va a acabar”, el tercero “El mundo se va a cavar” el cuarto “Segismundo se acabó”, el quinto “Qué mundo se va a cavar”, el sexto “Un mundo que se cavó”… y así hasta que cuando llegué a la ventanilla de registro los únicos vocablos que quedaban por registrar eran “se cavó”.
-Ajá, creo que ya le entiendo.
-No estoy seguro de que me entienda.
-Bueno, entiendo que usted creó una frase y por lo que se ve, hay un grupo de gente que se levanta muy temprano cada mañana para chingarle.
-Así es la administración, Porfirio, una decepción.
-Pero bueno don Filisteo, usted es músico, no registrador de palabras. ¿Quién puede considerarse dueño del habla? ¿No es un bien común? ¿De toda la comunidad? A fin de cuentas la lengua se alimenta del habla. Así ha sido siempre.
-Y los buitres de la carroña.
-Ajá, fíjese qué bien lo ha entendido.

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