Arribo al final de la acera. Frente a mis pies queda el paso de cebra. Un pajarillo se posa sobre uno de los semáforos. Seco el sudor de mis manos en el interior del bolsillo del pantalón. El muñeco rojo no camina. Los coches pasan. Al frente un ciego con su perro y una niña tomada de la mano por su padre. Dos hombres de avanzada edad me desplazan por el tono de su voz unos centímetros a mi derecha. Siento en el brazo el frío metal del semáforo. Cuatro colegiales llegan a mi lado de la acera, juegan a estirar la ropa mientras sonríen entre sí. Mis latidos ralentizan. El muñeco verde camina. Para el ciego con su perro suenan los pajarillos metálicos, se queda estático, me quedo estático. Los dos hombres de avanzada edad se llevan el tono de voz entre los gestos de sus manos. Uno de los colegiales se retrasa a la hora de cruzar y eleva un grito que hace reaccionar al ciego que cruza del otro lado de la calle. Cencerrean los pajarillos metálicos. El padre alcanza a cruzar a mi lado con su hija tomada de la mano. El pajarillo, irascible, vuela hasta el otro semáforo, lo picotea excitado. Continúo estático. El humo de los coches se eleva, los ruidos de los motores también. El pajarillo vuela al primer semáforo y lo picotea rabiosamente. Aceleran los motores y desde atrás se oye un claxon. El muñeco rojo no camina. Los coches pasan. El pajarillo vuela, vuela confundido, extrañamente desplazado y confundido.
[fragmento del texto Arquitexturas urbanas publicado en la revista digital Narrativas volumen 8, México]
1 comentario:
jajaja el pajarillo se enamoró del pio pio metálico??
o le recordó a sus huevos no eclosionados??
que gran relato!
saludos
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