18/12/07

Arquitexturas urbanas (III)

Dobló el papelito hasta ocho veces y después lo dejó junto al bolígrafo y el resto de papelitos doblados sobre la mesa redonda de caoba. Arrastró la silla hacia atrás cediendo en el punto que mayor ruido hizo el asiento. Esta vez salió de la cocina sin abrir el refrigerador. Cruzó el enorme pasillo que le arrastró una treintena de pasos hasta la puerta. Tomó el bastón y la gabardina azul. Pensó si mejor ir a pie, por la escalera o en el ascensor, total, eran exactamente dieciséis escalones los que tenía que bajar. Al llegar al zaguán atestiguó que no hubiera publicidad en su buzón. Abrió la puerta principal y miró, como cada día, a la izquierda y a la derecha, sacó la llave de la puerta y antes de comenzar la marcha escuchó desde la acera de enfrente una voz altisonante:
-¡Don Bernardo! ¡don Bernardo! ¡Espéreme un momento!
Don Bernardo esperó el momento.
-Buenas tardes don Bernardo. Qué bien que nos vemos porque hace días que quería comentarle sobre el alquiler del piso, pues eso, que… es que no sé cómo decirle…, bueno, que mi hija Julia.
La señora de voz altisonante bajó el volumen.
-Es que lo que le voy a contar es un secretito, acérquese –y don Bernardo con los ojos bien abiertos se acercó-. A mi Julita, el doctor Céspedes le pronosticó cáncer de útero, es decir, ella tiene que ir al hospital la próxima semana y pues… Queremos mantener el alquiler del piso pero… Pensamos mi marido y yo que tal vez usted pueda bajar un poquito la mensualidad.
-Déjeme pensarlo –contestó don Bernardo, como de costumbre parco en palabras-, mañana o pasado le aviso.
La señora de voz altisonante agradeció la preocupación de don Bernardo y regresó a la acera de enfrente mientras el señor volvió a meter la llave en el puerta principal, recorrió los dieciséis escalones que le llevaron hasta la entrada de su piso, cruzó nuevamente el enorme pasillo que le llevaría a la cocina y esta vez tampoco abrió el refrigerador. Acercó la silla a la mesa, se sentó, tomó un papelito en blanco y escribió: “Julia tiene cáncer de útero”. Dobló el papelito hasta ocho veces y después lo dejó junto al bolígrafo y el resto de papelitos doblados sobre la mesa redonda de caoba. Al final de la noche, don Bernardo guardaría los papelitos doblados sobre la mesa redonda de caoba junto a miles de papelitos doblados que ponía a salvo en diferentes cajas repartidas por todo el piso, según don Bernardo, su memoria ya no tenía la capacidad de almacenar todos los secretos que le habían contado.


[fragmento del texto Arquitexturas urbanas publicado en la revista digital Narrativas volumen 8, México]

No hay comentarios: